La cultura canaria ha mantenido siempre un estrecho vínculo con las poblaciones rurales insulares. Si bien en la actualidad resulta obvio que agricultores, ganaderos y pescadores de una zona figuran entre los mayores conocedores de la misma, y por lo tanto una fuente ineludible de información para prospecciones arqueológicas y etnográficas. Sin embargo, existe otra razón, calada desde el siglo XIX en buena parte de las investigaciones etnoarqueológicas insulares, a partir de los trabajos de Sabino Berthelot (1842), por la que se considera a los habitantes de las poblaciones rurales (pastores, campesinos, pescadores) depositarios, descendientes más o menos directos de la cultura aborigen local. No solamente se consideran los testigos de la presencia de restos arqueológicos en el territorio del que son usuarios, sino que, al compartir un espacio geográfico con los antiguos pobladores (lo cual, para los investigadores de la época implicaba de facto un vínculo biológico), mantenían parte de sus prácticas, conocimientos y cultura.
En consecuencia, las fuentes orales son herramientas fundamentales de los estudios patrimoniales. Se plantean como una vía de acceso a la información existente sobre su trazado y usos, abordando las actividades productivas, la toponimia, los yacimientos arqueológicos, las afecciones y cambios que se han sucedido a lo largo de los años. El objetivo principal de este proyecto es valorar, proteger y conservar bienes patrimoniales. Para ello, los testimonios de aquellos que lo utilizaron y que aún lo hacen, permite reconocer y mostrar su importancia. Darlos a conocer a la sociedad es una indiscutible forma de protegerlos.
CUALQUIER MOMENTO ES BUENO: EL MARISQUEO
“Buenavista es la costa más grande de lapas que tiene toda la isla, para así decirte que toda es buena” (BAM); “Yo llegué a mariscar sentado, de poquitas que habían” (MAL); “Yo llegué a mariscar de tierra y de careta, lapas de fondo y de tierra” (VAL) definen la riqueza de la costa de Buenavista del Norte en lapas, aunque “la gente buscaba mucho la negra, porque es más suave que la blanca” (MAL).
Las mejores zonas para mariscar son los callaos, como el de Márquez, Tierra Mala, El Cordón o Las Viñas, “donde hay callaos, hay lapas” (MAL). Para mariscar se utilizan mariscadores de hierro, aunque todos afirman que alguna vez han usado piedras, “desde siempre ha habido mariscadores de hierro” (MAL).
Por otro lado, también acostumbraban a consumir o preparar el marisco en la misma costa, como “la gente de otros tiempos se cogían lapas y comían en el sitio” (MAL); “He oído decir por la gente mayor que lo hacían así, que por ahí iba a Teno de quedada y estaban allí una semana allá abajo y pegaban a desconchar lapas y a meterlas en pomos, le echarían vinagre, las conservarían en vinagre” (VLD).
Lo mismo ocurría con los burgados y cangrejos “antes se cogía de todo, cangrejos, burgados” (JCWP). El cangrejo se cogía con caña “el cangrejo se cogía con caña también, el cangrejo blanco, el negro no, el negro se cogía por la noche con las lámparas” (MAL).
El marisco se vendía normalmente sin preparar “algunos se las comían acabante de comprar… vivas” (MAL).
AL CAER LA NOCHE: A “PULPIAR”
Esta actividad se realizaba casi todas las noches, alumbrándose con una lámpara encendida con petróleo “Nosotros por las tardes, calculábamos… íbamos a la orilla a Blancagil, por ejemplo, al Fraile, a Punta Negra, a La Punta de Los Silos, y cuando se oscurecía, prendíamos la lámpara y luego nos metíamos en los charcos” (MAL). Según los informantes, los pulpos se cogían principalmente para carnada, muy de vez en cuando para consumo propio o venta: “no era cuestión pa destrozar la mar, sino pa carnada” (JCWP).
“Los pulpos los encontraban aposados en la piedra, lo cogías con la mano y luego lo matabas con los dientes… Si era mayor, entonces le dabas con el puño” (BAM); “había que fijarse mucho, son igualitos que el fondo, se camuflan, veces pasa uno al lado y ni los ve” (VLD). El “bichero” solo se usaba “si el charco es hondo” (JDEC).
Después de capturado, lo enhebraban con una verga y se continuaba la labor. Cuando ya tenían suficiente para la pesca, se marchaban.